Escritas o habladas, como ya mostró Platón en su "Fedón", no tenían más valor que el de una retórica destinada a la persuasión pública. La pregunta es por qué escribía él, pero a eso ya contestó en su "Carta VII" y como señaló además un escoliasta, el ateniense distinguía muy bien entre lo que sabía y lo que escribía. Las palabras, en su equivalencia con el conocimiento mismo, fueron a su vez discutidas por la tradición oriental, que desembocó en una religiosidad de renuncia al mundo. Por este lado, la desconfianza fue absoluta.
Les traigo aquí -con relación al libro de Freund y su escritor en crisis- un relato de hará casi veinticinco siglos atribuído a Chuang-Tzu (ilustración), en versión del monje trapense Thomas Merton, un defensor reconocido de los derechos civiles en América, por otra parte, y notable pensador sobre la espiritualidad. Se titula "El duque Hwan y el carretero" (Debate):
"El mundo valora los libros, y piensa que haciendo esto está valorando el tao. Pero los libros no contienen más que palabras. Aun así, hay algo más que da valor a los libros. No sólo las palabras ni el pensamiento contenido en las palabras, sino algo más contenido en el pensamiento, inclinándolo en cierta dirección que las palabras no pueden aprehender. Pero son las palabras en sí mismas lo que valora el mundo cuando las introduce en los libros: y aunque el mundo las valore, estas palabras carecen de valor mientras aquello que se lo da no sea honrado.
Aquello que un hombre aprehende por medio de la observación no es más que la forma y el color exteriores, el nombre y el sonido, y cree que esto le pondrá en posesión del tao. Forma y color, nombre y sonido, no alcanzan a reflejar la realidad. Por eso: `Aquel que sabe no dice, aquel que dice no sabe´. ¿Cómo va el mundo a conocer, entonces, el tao por medio de las palabras?
El duque Hwan de Khi, el primero de su dinastía, estaba sentado bajo su toldilla leyendo filosofía, y Phien el carretero estaba en el patio haciendo una rueda. Phien dejó a un lado el martillo y el cincel, ascendió los escalones, y dijo al duque Hwan: `¿Puedo preguntarle, señor, qué es eso que está usted leyendo?´. El duque dijo: `A los expertos. Las autoridades.´. Y Phien preguntó: `¿Vivos o muertos?´. `Muertos hace mucho tiempo´. `Entonces´, dio el carretero, `no está usted leyendo más que la basura que dejaron atrás´. El duque replicó: `¿Qué sabes tú de esto? No eres más que un carretero. Más te vale darme una buena explicación o morirás´. El carretero dijo: `Cuando yo hago ruedas, si me lo tomo con calma, se deshacen; si soy demasiado violento, no encajan; si no soy ni demasiado calmoso ni demasiado violento, salen bien. El trabajo resulta como yo deseo. Esto no puede ser traducido a palabras: simplemente hay que saber cómo es. Ni siquiera puedo explicar a mi hijo cómo hacerlo, y mi propio hijo no puede aprenderlo de mí. ¡Así que aquí estoy, con mis setenta años, haciendo ruedas todavía! Los hombres de antaño se llevaron con ellos a la tumba todo lo que realmente sabían. Y así, mi señor, lo que está usted leyendo ahí no es más que la basura que dejaron tras ellos.".
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